Los huecos de entrada a mi casa ya no son la puerta y las ventanas, sino las pantallas.
Por las ventanas entra un poco de cielo, algunos rayos de luz del sol y la misma vista estática e inanimada de pequeños patios interiores encadenados. A ratos, aplausos y alguna cacerola castigada. Por la puerta no entra ni sale más que lo imprescindible.
Por las pantallas entran aviones cargados de virus, histerias colectivas, reflexiones crudas de red social, gobiernos, farmacéuticas y gatitos. Por ellas entra sin parar el mundo. Gritando, atronando, como una estampida de todo a la vez o un grifo de humanidad licuada que sólo con mucho esfuerzo se pudiera volver a cerrar.
A veces me dan ganas de salir al silencio y la privacidad de la calle. Refugiarme en algún rincón del espacio público mientras el mundo gira y ruge dentro de mi casa, buscándome en vano.