Autopostpersonalización

Artículo redactado en 2004, como parte de las reflexiones en la asignatura de Proyectos III. Una reflexión básica y no muy contrastada sobre el tema de la personalización.

Hoy estoy en contra de la producción en serie como tal. Desgraciadamente, seguimos necesitándola por ahora. Pero dejar los objetos producidos en serie en el estado en que llegan a nosotros, es un signo de descontento personal, la prueba de que uno es esclavo.

F. Hundertwasser

Podemos enunciar, de forma totalmente intuitiva y en base a la experiencia diaria como personas, que rara vez se siente uno identificado con algo que ha sido fabricado en una cadena de montaje, con los fríos condicionantes de la utilidad y la economía. Hablamos de objetos desprovistos de relación alguna con el usuario, objetos que no provocan ninguna reacción personal.
Podemos apreciar su utilidad, su calidad, su precio, pero más allá del uso no nos dicen nada, y a la larga (de forma inadvertida) producen insatisfacción, e incluso una sensación vaga de inadaptación, de que algo no funciona del todo bien.

Éste es un problema difícil de detectar y diagnosticar, por lo leve, lo tenue que es, y el silencio con el que se introduce en nuestras vidas. Atacados por la publicidad, acabamos creyendo que comprar ese producto generará satisfacción, y hasta tal punto lo creemos que no nos damos cuenta de que muchísimas veces no es así.
Estamos, pues, ante un problema transparente. Una enfermedad social de la que ningún infectado se percata, y por tanto resulta doblemente peligrosa.

¿Cuándo nos damos cuenta del el error? Cuando descubrimos lo que es estar realmente “sanos”. Cuando tallamos una cuchara plana en madera y la sentimos como nuestra cada vez que nos servimos ensalada. Cuando construimos un cobertizo con nuestras propias manos y nos damos cuenta de que nos sentimos más felices en él que en el lujoso chalet en que vivimos. Cuando no nos identificamos con la fachada hasta que la hemos pintado a nuestro gusto.
Se trata, por tanto, de establecer una conexión personal con los objetos que usamos o poseemos. Es entonces cuando éstos comienzan a estar realmente valorados, más allá de lo estrictamente económico, y por tanto son mejor usados y cuidados.

Como respuesta a la prefabricación estandarizada y racionalista, de pretendida igualdad y lograda uniformidad, apareció en la propia industria, en la técnica y en la cultura un concepto hasta entonces sin sentido: la idea de personalización.
En sí el concepto es totalmente positivo: establece una nueva relación, en la que el usuario puede decidir el aspecto final del objeto para adaptarlo a sus gustos. Sin embargo, aunque en sus inicios parece la solución al problema de la no identificación, a la larga, y llegando a la actualidad, vemos que sigue sin ser una solución completa.
El usuario elige entre productos siempre limitados y aunque él mismo “compone” el objeto final, las piezas le son dadas y vienen determinadas por la capacidad y voluntad de oferta del sistema de producción y comercialización.

Este sistema, suficiente cuando la relación persona-objeto es superficial, queda claramente en evidencia cuando entramos en un grado de atención mayor por parte del usuario. Por poner un ejemplo contemporáneo, conocemos las posibilidades de personalización que los fabricantes de automóviles ofrecen hoy día, permitiendo elegir colores, acabados, texturas y accesorios diversos. En realidad, no es más que una treta para satisfacer un deseo inconsciente el comprador en beneficio propio.
Un usuario “utilitario” normal quedará satisfecho, pero alguien que valora su vehículo como parte importante de su vida cultural acaba aborreciendo esa falsa personalización, esa personalización prefabricada. Y aparece lo que conocemos como tuning: el propietario lleva el automóvil al taller y lo modifica, esta vez con absoluta implicación y libertad, pudiendo llegar a dejarlo casi irreconocible.
Avanzando un nivel más hacia el usuario, y trasladado el asunto a la arquitectura, cabría mencionar la prefabricación paramétrica, que ahora se comienza a proponer como una de las técnicas con más proyección de futuro (veánse los trabajos de Bernard Cachè, Marta Male-Alemany y otros). Las piezas ya no son todas iguales, sino que pueden ser totalmente diferentes entre sí y no por ello dejar de ser industriales, de coste bajo y alta velocidad de producción. El usuario sabe que posee piezas únicas adaptadas a sus requerimientos, y sin embargo… el producto le llega acabado.

Denominador común de este tipo de propuestas es el sistema de gestión del trabajo, según el cual los especialistas deciden y el usuario queda excluido salvo para consultas de diseño más o menos atentas.

Hay algo absolutamente infravalorado en la cultura occidental moderna, y es que la mayor satisfacción en el uso y posesión de algo material estriba en haber sido partícipes en alguna fase de su producción. Y aquí hablamos no sólo del diseño, sino que según el contexto y el objeto en sí, puede existir una verdadera necesidad –muchas veces inconsciente- de manipular con nuestras propias manos el objeto que queremos obtener.

¿Podemos, por tanto, cambiar algo en la personalización?

Hay que añadir a la palabra y al concepto el prefijo auto, entendido como “por uno mismo”, por sus propios medios. Legitimar el valor de lo casi amateur en respuesta al yugo de la inaccesibilidad y el distanciamiento constructivos.
La autopersonalización sería, por tanto, aquella en la que no es el sistema de producción sino el propio usuario final el que realiza los cambios necesarios, con sus propios medios o utilizando herramientas que se le facilitan, pero siempre con un control cercano y un contacto directo con el objeto.

Complementando al anterior, podríamos recalcar el carácter personal de la personalización añadiendo la variable tiempo o fase en el proceso de personalización: Ya tenemos solucionada la intervención del usuario en la ideación (caso típico del encargo arquitectónico tradicional) y en el diseño (diseños paramétricos o a medida), pero queda reivindicar lo que ya clamaba Hundertwasser en los años 50: el prefijo post, el derecho del usuario a intervenir en la ultimísima fase del proceso, es decir, sobre el objeto que la industria emite como acabado. En esta fase de postpersonalización es cuando el usuario (un ser humano en cuerpo, alma, espíritu, etc.) establece su verdadera relación con el objeto, material e inmaterialmente.

¿Qué cambios traería esto a la producción? Simplemente, que los productos no se personalizarían durante el proceso, sino que estarían preparados para ser personalizados con posterioridad. O dicho de otro modo, se trataría de extender el proceso de producción hasta el usuario final, es decir, que éste compraría un producto completamente funcional pero “inacabado”que llegaría a sus manos con unas garantías, un manual de instrucciones o recomendaciones y un abanico amplísimo de posibilidades.

Si este último paso se gestionara dentro de una red de comunicación en la que las personas pudieran compartir experiencias y conocimientos, el resultado sería un paso adelante en la participación personal de cada individuo en un entorno social más libre, más diverso y más consciente.

Por tanto, aun arriesgándonos a caer en peligrosos juegos de palabras falsamente nuevas, podemos declarar subjetivamente (pero sobre bases sólidas) que tras el desgaste de la prefabricación clásica, y entre los otros enfoques ya comentados, se hace necesario un desarrollo de una nueva relación entre el usuario y el objeto (arquitectónico, vivienda en este caso), una relación similar a la que se viene buscando con la naturaleza, retomando lo mejor del pasado mientras se evita expresamente perder los avances y ventajas obtenidos desde entonces.

Hablaríamos de la autopostpersonalización, aquella producción en la que uno mismo tiene la última palabra, el último gesto y la sensación de autoría final. Lo cual encaja perfectamente como una entrada más en el debate sobre la autoría, el control y las competencias profesionales.

2 comentarios

eMe 8 octubre 2007 Contestar

Éste post huele a nostalgia ;)

JT 8 octubre 2007 Contestar

Jajajaja… yo creo que a tí te picó lo de los vinilos :P

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